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En agosto de 2019 un incendio de enormes proporciones asoló la isla de Gran Canaria. Yo había llegado a las islas pocos meses antes después de diez años de ausencia; a la triste situación de haber perdido a dos seres queridos, amables, entrañables, se sumaba ahora un desastre natural que dejó detrás desolación y lágrimas.
Inmersos como estábamos en cuestiones familiares, arreglos, visitas, papeleo, caminábamos por la trasera de la antigua Clínica del Pino, cuando escuchamos los motores de lo que pronto identificamos como hidroaviones del cuerpo de bomberos; fue así como nos enteramos del fuego.
En el terreno el cuerpo de bomberos luchaba contra el fuego, junto con la UME y el cuerpo de policía. Los hidroaviones seguían sobrevolando la Avenida Marítima casi a la altura de las azoteas, llevando no sólo agua sino los corazones de una pequeña multitud reunida junto al dique con banderas de la Comunidad Autónoma de Canarias.
Fue aquí donde nació la idea de la “Flor Canaria”. Quería yo también llevar la esperanza a la montaña, mi granito de arena sería mi “gotita de agua”.
Poco después de que se declarase extinguido el fuego subimos en coche a recorrer las zonas afectadas. Habíamos visto ya muchas fotos y reportajes del fuego y sus consecuencias, pero andando sobre las cenizas y contemplando los árboles carbonizados me di cuenta de que el suelo y las gentes son una misma cosa: lo que le pasa a uno afecta necesariamente al otro, a veces con terribles consecuencias
Nunca he leído Don Quijote en español, pero viendo las imágenes en la televisión, la valentía de los que luchaban contra el fuego y los pilotos de esos hidroaviones, que tenía que estar tan exhaustos como sus compañeros de tierra, la imagen de Don Quijote luchando contra los molinos se me vino a la mente. Pregunté por una frase de Don Quijote en español y encontré: “¡Oh memoria, enemiga de mi descanso!” Sí, eso era perfecto: la memoria habría de servirnos para no olvidarnos de esta terrible lección, para no descansar hasta encontrar soluciones al terrible destino que sufre nuestro planeta. Gran Canaria me servirá de recordatorio.
El viento, que nos sirve de fuente de energía, y que alimenta los campos eólicos como alimentaba los molinos de Don Quijote, también puede alimentar las llamas. Cuando visitaba la devastación que el fuego nos legó hice un alto en el camino para tomar unas últimas fotos: ya no quería ver más después de dos días documentándome y recogiendo materiales. Ví como en algunas zonas el viento había llevado las llamas a las puertas de las casas, y como no sólo había quemado, sino también dejado un rastro de vegetación en estado de descomposicíon, literalmente cocinada a medias. El olor llegaba lejos.
Cerca de Tamadaba me encontré lo que quizás fue lo más triste de todo: un arbolito recién plantado había sido afectado por las llamas y quedado completamente seco. La valla protectora a su alrededor ya no tenía sentido, otro que el de una estética macabra, esculpida por el humo y las llamas. Quiero que mi “Flor Canaria” nos recuerde, con su girar, que sus colores de sol, mar, y quizás viento, son nuestro presente y futuro, pero que ese futuro hay que cuidarlo desde lo más pequeño a lo más grande.